Publicado el 20/04/2019

El presidente de la Cámara Argentina de Inmobiliarias Rurales (CAIR) plantea el escenario de cara a los comicios presidenciales.

Javier F. Christensen 

Solo con palabras es difícil mantener la confianza de los demás. Son los hechos los que la generan y consolidan cada paso hacia la dirección deseada.

Criticar con el diario del lunes parece ser lo corriente en estos tiempos, la opinión es gratuita y brota segura, contradictoria, en todos los medios. Más pasional que racional y más tendenciosa que objetiva, nos agobia augurando lo peor que nunca acaba de llegar, esperando la última gota que rebalse el vaso, otro error económico, otra expectativa defraudada.

Vender un campo nunca fue una tarea sencilla y en estos momentos tampoco lo es, pues en un año de elecciones bajo una clara y larga recesión económica, se requieren mayores dosis de paciencia, de técnica, conocimientos del mercado, de economía, de leyes, impuestos y sobre todo, conocer la idiosincrasia de la gente; pero mucho más difícil fue hacerlo bajo un cepo cambiario, con CEDINES, sin combustible para viajar, con serias limitaciones de inversión para extranjeros, en default, sin estadísticas serias (nótese que el último censo nacional agropecuario fue en el año 2008, incompleto y tardío), retenciones confiscatorias, controles de precios, pobre infraestructura vial, ferroviaria y portuaria y un tipo de cambio atrasado, con mercados internacionales cerrados para nuestros productos y un futuro que asomaba más sombrío que el presente.

Muchas cosas se fueron modificando, algunas muy poco, otras algo más, pero logramos salir de una situación claramente terminal, que no tenía presente ni futuro.

Varios candidatos competirán por conducir los destinos del país, tanto a nivel nacional, provincial o municipal. Todos dirán que saben cómo hacerlo, que Argentina saldrá a flote y que será gracias a ellos.

El asunto central es plantear las bases comunes para que ello ocurra, y para eso no hay que inventar la rueda y mucho menos resolver la cuadratura del círculo, sino que el sentido común será la regla que mejor nos guíe en ese camino.

Cómo ejemplo, haber limitado las inversiones foráneas en tierras cuando menos del 6 % estaba en manos extranjeras (incluyendo tierras mineras, no agrícolas) va en contra de la historia del país, pues nadie se las podrá llevar y por el contrario se pierden inversiones que generan empleo, traen tecnología, pagan impuestos y generan crecimiento sostenido, siendo preciso diferenciar al inversor extranjero de los fondos soberanos, que son ilimitados y permanentes.

En un país donde el financiamiento es caro y casi inexistente se depende del capital de riesgo para producir, y mucho más en zonas alejadas con escasa infraestructura, donde el riesgo climático hace necesario aplicar tecnologías caras como por ejemplo el riego, capital que muchas veces vino de manos extranjeras.

Al revés del mundo, en la Argentina un bien mueble se puede comprar en cuotas pero un campo de contado, y si no fuera gracias a la financiación de algunos propietarios sería imposible cerrar la compra-venta.

De igual manera prohibir la venta a extranjeros de tierras que limiten con cuerpos de agua de envergadura y permanentes padece del mismo error conceptual. Cualquier buque carga lastre de excelente agua en el Río de la Plata pero imaginamos fantasmas que se la llevarán de los campos y/o contaminarán los ríos, cuando el país descarga en el mar más del 99 % de lo que recibe.

Desde el punto de vista de las ventas, prohibir el ajuste por inflación del valor de un inmueble es otro absurdo que no se puede mantener, lo mismo que el extremismo ecológico que no se balancea con la necesidad de producir.

Para comenzar a recorrer un camino previsible que traiga un crecimiento duradero, el país necesita reglas claras y no reinventar las leyes de mercado.

Un país con gente comprometida, cada uno en su lugar intentando dar lo mejor, con ansias de estudiar y perfeccionarse.

Un gobierno racional, sin demagogia, que no ahogue al sector privado para alimentar una estructura inviable, burocrática y financiable solo con más deuda.

Quien desee invertir en tierras lo hará pensando en largo plazo. Sea como inversión inmobiliaria, productiva y/o para esparcimiento, inmovilizará su capital apostando por el país, por un futuro previsible, sin sobresaltos. Despejemos las tormentas del horizonte, analicemos las propuestas y que nuestro sentido común nos ayude a separar la paja del polvo.

La historia tiene que ser un remedio para la mente, Argentina finalmente debe aprender de sus errores. Hagámoslo de aquellos países que triunfaron, que con poco hicieron mucho, busquemos honestidad, experiencia, sentido común y arte de gobernar. Estamos a tiempo de no volver a tropezar.